sábado, 5 de octubre de 2013
https://docs.google.com/file/d/0Bye3TB610iZwZk9TbTg4WWZxMFk/edit?usp=sharing
Ensayo sobre Estilos de Autoridad Parental, Guadalupe Flores
Padres... ¿amigos o autoridad?
Liderazgo en el núcleo familiar.
“El valor de un hombre se mide por la forma en que él cría a sus hijos.
Lo que les da, lo que les quita, las lecciones que enseña, y las lecciones que les permite aprender por su cuenta".
Lisa Rogers.
Introducción
La familia, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU, 1948), es el elemento natural, universal y fundamental de la sociedad, tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.
Habitualmente, una familia es una comunidad de personas y solamente puede llegar a serlo realmente cuando sus miembros se arriesgan en la difícil tarea de llegar a ser personas. Es por ello que la educación posee un lugar central en la familia, cuya misión es ser el ámbito de humanización, es decir, de plenitud personal y comunitaria.
Educar etimológicamente hablando proviene del latín educare (guiar) y semánticamente de educere (sacar a la luz), de ahí entonces que se pueda decir que es la acción de guiar a una persona logrando sacar a la luz sus conocimientos innatos, para que esta pueda desarrollarse plenamente como un individuo completo, y es también la acción de desarrollar y perfeccionar las facultades intelectuales y morales de una persona, valiéndose de diversos medios para abrirse al mundo y encauzarlo hacia el pleno desarrollo de sus posibilidades.
Es de ésta manera, que se hace necesario establecer relaciones familiares con carácter educativo, principalmente las relaciones entre padres e hijos, y serán recíprocamente educativas tanto para el que ejerce el papel de educador, como para el educando; sin embargo, con ello no me refiero a que sean simétricas en la medida en que ambos realicen las mismas tareas, ni tengan la misma autoridad. Ésta igualdad solo debe darse entre los progenitores, que deben ejercer un proceso de enseñanza vital y recíproco en su compromiso de ayuda mutua.
Educar es hacer crecer al otro en su ser persona, y esto solo lo logra quien desea el bien de esa persona, quien la ama. El impulso de la educación personalista es el amor, que se concreta en la entrega desinteresada de quien educa.
Dice Ralph Waldo Emerson que “los seres humanos son lo que sus padres hacen de ellos”. Lo primero que se transmite es lo que se es, por ello, los padres que quieran educar a sus hijos como personas tendrán que esforzarse cada día por serlo.
En el momento actual, vivimos una crisis educativa difícil. Se dejaron completamente de lado los modelos autoritaristas de educación, tanto en el ámbito familiar como escolar, dando paso a un modelo que puede llamarse “no educativo”, caracterizado por el mínimo esfuerzo educativo de los padres (egoístamente centrado en sí mismos más que en los hijos, pendientes de su propio placer o atados por las necesidades económicas), como de los hijos, a quienes nada quiere imponérseles, por miedo a violentar o coartar su libertad.
Padres... ¿amigos o autoridad?
“La autoridad paterna y materna tiene una gran importancia en la constitución de nuestro comportamiento. Muchas veces sentimos que la autoridad es negativa, como negadora y limitante del propio desarrollo; y aunque es verdad que mal ejercida es destructora, bien llevada es una herramienta fundamental del amor para nuestra vida.
De ahí su origen etimológico “augere” es acrecentar, aumentar.
Toda buena autoridad hace crecer la vida y la auxilia a alcanzar su mejor desarrollo”.
Padre Antonio Cosp.
Sacerdote católico uruguayo.
La crianza, definida como el proceso de educar, instruir y dirigir a niños y jóvenes en la aventura de la vida, debe ser un acompañamiento inteligente y afectuoso basado en un ejercicio asertivo de la autoridad, que algunos expertos califican como “autoridad benevolente” o “serena firmeza” (Posada, 2006).
Con el paso de los años, los límites, la libertad y la autoridad han ido cambiando su perspectiva. Hasta mediados del siglo, la relación padres-hijos imponía una actitud basada en el autoritarismo: relación distante, dominante, severa, temida, rígida, incorruptible. Solo había la opción de cumplir con las reglas y obedecer. Se le exigía al niño un comportamiento de adulto, y del hijo adulto se esperaba una dependencia infantil.
Es en los albores del siglo XX, que comienza una flexibilización de las costumbres morales que se observan en el seno familiar y en el ámbito escolar. Desde aquel tiempo comienza a cuestionarse el tema de la autoridad y de los valores.
La autoridad es ridiculizada y debilitada por distintas escuelas del pensamiento filosófico y psicológico:
Jean-Jacques Rousseau habla del “hombre natural”: el estado natural del hombre en el que es un ser bueno y feliz, sin preocupaciones y sin industria, sin lenguaje y sin hogar, ajeno a toda guerra y toda atadura.
Este ser se movía por dos impulsos básicos: el amor a sí mismo y la compasión.
Es un ser inocente, como un niño pequeño. No hay separación entre lo que es y lo que parece. Rousseau define al hombre como un buen salvaje, un hombre primitivo que vive en paz y armonía con la naturaleza.
Siendo bueno por naturaleza, no es necesario ponerle límites. Es la sociedad la que lo pervierte.
Las teorías psicoanalíticas plantean que la represión durante la infancia es causa de traumas posteriores. En aras de éste concepto, se ha fomentado una permisividad casi absoluta en la sociedad contemporánea, que desorienta a los padres y colabora a que la inmadurez humana se prolongue eternamente.
El conocimiento parcial de estas teorías favorece que los padres se sientan culpables y eviten en lo posible los límites, confundiendo autoritarismo con autoridad y así en nombre de una supuesta libertad, eliminan normas y reglas.
En la cultura light el lema es no exigir demasiado y alcanzar una tolerancia absoluta. Ya no hay retos, ni metas heroicas ni grandes ideales, porque lo importante es pasarla bien, sin esfuerzos ni luchas contra uno mismo, cualquier resultado es bueno.
Para el Dr. Enrique Rojas, psiquiatra español, autor del libro “El hombre light” (1992), estamos ante una vida-cóctel-devaluada, una mezcla de verdades oscilantes, una conducta centrada en pasarla bien y consumir, en interesarse por todo, y a la vez, no comprometerse en nada. Todo se puede acomodar, todo es transitorio, pasajero, relativo, inconcreto y hasta la democracia, la vida conyugal o de pareja se vuelve light.
¿Cuáles son las motivaciones del hombre light? Según Rojas, a todas aquellas correspondientes al hedonismo materialista. Un hombre así se dirige hacia una progresiva debilidad: deseos caprichosos, exageración del ideal materialista y esclavitud por la ambición. El resultado es la despersonalización: un hombre, sin la fuerza que dan los ideales, sin proyecto de vida. Lo que importa es tener, comprar más y consumir febrilmente.
"En este final del siglo, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual”.
¿Cuál es su búsqueda? Un mejor futuro: una mejor casa, automóvil, trajes, vestidos, joyas y viajes. Un ser humano centrado en sí mismo, en su personalidad, en su cuerpo, con un individualismo atroz, desprovisto de valores morales y sociales, y además, desinteresado por cualquier cuestión trascendente. Su soledad es una soledad sin rebelión personal y sin análisis. Es la banalización de la existencia y el hastío del hombre.
El día de hoy, entonces se puede decir que no hay modelos verdaderos y ello genera una gran desorientación, confusión, desinterés, apatía, desborde, descontrol.
En “El miedo a los hijos” (1992), Jaime Barylko plantea el problema de la falta de normas en la juventud argentina. Tomando la figura del escritor Franz Kafka y la imagen déspota de su padre, el autor rescata que al menos Kafka tenía un padre al quien odiar pero que en algunas ocasiones también solía comportarse como un padre amoroso con su hijo. Los niños argentinos de clase media de fines del siglo XX, a quienes Barylko trató, crecían totalmente solos, sin la presencia de los padres que tenían que trabajar todo el día para brindar a sus hijos toda clase de bienes materiales, pero descuidando su rol de padres y educadores.
En el mismo libro Barylko expresa:
“Un día escribió Kafka una carta al padre, y lo fustigó. Después se publicó y aplaudimos fervorosamente. En ese clima nos criamos, en el de los padres culpables y el de los hijos absueltos, a priori... Y es cierto: los padres son culpables. Culpables de hacerse culpables. Culpables del miedo: el miedo de educar, de expresarse libremente por no invadir la intimidad del libre crecimiento del hijo, el miedo de cercenar sus derechos, de influir. Culpables de no ser padres o de serlo únicamente a la defensiva... Nos sentimos liberados de miles de prejuicios, pero por otra parte estamos maniatados por el no-saber-qué-hacer. El miedo paraliza. Y no le hace bien a nadie. Tampoco a los hijos”.
En el libro “La sociedad de los hijos huérfanos” (2007), Sergio Sinay especialista en vínculos humanos, crítico severo del modelo social en el que vivimos, sostiene que “no basta con tener un hijo para ser padre o madre” y que además, “se puede ser huérfano aunque los padres estén vivos”.
Estas dos consignas se comprueban día a día en nuestra sociedad.
Sinay dice en su libro que la violencia juvenil, la obesidad infantil, el consumo creciente de alcohol y drogas entre adolescentes, la adicción a comida chatarra, los contenidos de la televisión , Internet, los celulares, los problemas de conducta y aprendizaje, la aparición de enfermedades de adultos entre los niños, las tragedias juveniles (en carreteras, conciertos, bares, bailes públicos, viajes de egresados), la manipulación publicitaria de la que son objeto las nuevas generaciones, resultan apenas algunos de los síntomas de un fenómeno que no puede dejarnos indiferentes.
Sergio Sinay sostiene que habitamos en una sociedad de hijos huérfanos: una sociedad en la que chicos y adolescentes carecen de guía, de referencias, de límites y de valores que den sentido a sus vidas. El autor adjudica la responsabilidad a los padres y a los adultos en general, los llama a reaccionar, les propone salir del miedo, de la indiferencia y de las excusas para tomar un papel activo en la eliminación de una orfandad que tiene altos costos sociales, espirituales, familiares y emocionales.
Estos padres no educan porque no asumen las funciones limitadoras y orientadoras que conlleva el rol paterno. En otras palabras: no ejercen ninguna autoridad.
Actualmente, está ocurriendo un fenómeno por el cual, los hijos creen estar enseñando o asesorando a sus padres, y lo creen de manera tan fehaciente que empiezan a creerse por encima de ellos y hasta con el derecho de descalificarlos, o evidenciarlos públicamente.
¿Por qué se dan éstas circunstancias?
Son los hijos quienes dicen a los padres, tíos o abuelos cómo usar el MP3, el iPod, el iPhone, cómo usar Skype, cómo publicar en el muro de Facebook, como se usa Twitter, y que significa “sistema android”.
Pero por favor… no se debe perder de vista lo siguiente:
Los padres tienen responsabilidades especiales sobre la vida de sus hijos:
Deben poner reglas.
Deben ordenar su microcosmos para el crecimiento de sus hijos.
Deben limitar el espacio de ese crecimiento para hacerlo propicio, seguro y fecundo.
Los padres no pueden renunciar a su autoridad porque:
Sin autoridad no hay educación ni mejora en los hijos.
Sin autoridad dejan de darles a los hijos puntos de referencia y modelos de conducta y aprendizaje.
Inhabilitan a los hijos para educar a las generaciones siguientes.
La autoridad paterna cumple con su función educativa cuando se ejerce con cariño, estímulo y paciencia.
Autoridad - servicio.
Solo existe auténtica autoridad cuando se ejerce lo mismo con disposición de servir, por ello la autoridad de los padres está al servicio de la educación de los hijos.
La autoridad es:
Un servicio a los hijos en su proceso educativo que implica el poder de decidir y sancionar.
Una ayuda que consiste en dirigir la participación de los hijos en la vida familiar y orientar su autonomía.
La autoridad no es:
Mandar solo cuando los hijos molestan.
Mandar de modo arbitrario: hoy sí, mañana no.
Conceder caprichos y mimar.
Sobreproteger.
En el ejercicio de la autoridad se debe armonizar:
El respeto y la exigencia.
Los estímulos y la libertad.
El ejemplo y la sugerencia.
El buen humor y la firmeza.
Autoridad - prestigio.
El ejercicio de la autoridad educativa requiere prestigio fundado en el propio bien ser y bien hacer. Para ello, los padres deben preguntarse ¿cómo mostrar prestigio o no frente a los hijos? Siempre se debe tener claro que sin prestigio, no hay eficacia educativa:
Su modo de ser: es el más importante.
Su modo de trabajar.
Su manera de relacionarse con los demás.
El buen humor.
La serenidad.
La naturalidad.
Actitudes que desprestigian a los padres, sobre todo cuando los hijos son adolescentes:
La actividad profesional realizada solo en función de los ingresos económicos.
El trabajo realizado sin ilusión, sin calidad.
La falta de honradez en el trabajo.
No valorar el trabajo del cónyuge.
No mostrar interés por los estudios o actividades de los hijos.
No cultivar la relación humana entre los 2 progenitores o entre padres e hijos
Modelos de autoridad inadecuados
Estilo pasivo.
Estos padres no expresan abiertamente lo que necesitan, quieren o esperan de sus hijos.
Solo piden conductas intermedias o solo intentos, por lo cual tienen pocas esperanzas de alcanzar el éxito de su pedido.
Habitualmente no confían en las posibilidades o voluntad del niño, porque desconfían de su propia habilidad para conseguirlo.
No ponen reglas o lo hacen en forma ambigua.
Renuncian a su derecho y a su deber de poner límites.
“No puedo con él (ella)”, es una de sus frases habituales, haciendo con ello que el hijo (a) se sienta inseguro, desprotegido o insatisfecho.
El vínculo en estos casos toma un cariz de insatisfacción, ya que ninguno de los integrantes está contento con el rol del otro ni del propio.
Estilo autoritario.
Estos padres imponen su voluntad sin reconocer los derechos de los demás.
Los hijos entonces viven dominados y no demuestran iniciativa, no saben tomar decisiones.
También existe la posibilidad de que el hijo imite la conducta de los padres y se comporte autoritario también.
Estilo sobrecontrolador.
Estos padres ejercen un control absoluto en todos los aspectos de la vida de sus hijos.
Los hijos carecen de independencia y autonomía.
El hijo no puede crecer ni desarrollarse como una persona independiente.
Estilo arbitrario y variable.
Los padres rigen sus acciones por su estado de ánimo, que suele ser cambiante.
Los casos más extremos oscilan entre varios estilos: autoritario-pasivo-sobreprotector.
Esta falta de continuidad y congruencia con el estilo, genera en los hijos inseguridad.
Estilo punitivo y violento.
Estos padres están buscando continuamente los errores y defectos del hijo para recalcárselos. Exageran los errores, pero nunca encuentran aciertos. Cuando encuentran los errores, reaccionan de manera violenta, tanto física como emocional.
Los hijos viven amenazados y se portan bien por temor al castigo.
Este estilo genera resentimiento, rabia, humillación y frustración en los hijos.
Estilo permisivo.
Los progenitores aprueban que sus hijos hagan y deshagan en función de sus propios deseos, sin tener que ajustarse a reglas ni normas.
Al ingresar a la escuela habitualmente los hijos son inadaptados, voluntariosos, egoístas y hasta crueles con sus compañeros.
Estilo negligente.
No comprometerse con sus funciones como padres es un rasgo habitual en ellos.
Suelen comportarse de manera irresponsable y descuidada.
Los hijos se muestran retraídos, tímidos, inseguros, se sienten abandonados.
Estilo ineficaz
No marcan límites que sirvan para asegurar el funcionamiento razonablemente armónico, feliz y saludable al interior de la familia.
Nulo fortalecimiento emocional para los hijos.
Conclusiones
“Los niños no solo son el futuro del mañana, sino también el reflejo del pasado,
por las acciones de nuestro presente”.
Eduardo Ortiz.
¿Cómo establecer y sostener una relación de autoridad con fuerza de persuasión sobre los hijos cuando no se está en contacto estrecho con ellos?
¿Por qué dedicar más tiempo y esfuerzo a la consecución de éxito y bienestar que a fortalecer las relaciones en el hogar?
¿De dónde sacar la fuerza y los ánimos de sostener las decisiones y mantener las normas si se llega a la casa cansado (a) y con ganas solamente de divertirse con el o los hijos… o de que lo dejen tranquilo y a solas viendo el noticiero, el partido o el programa preferido?
Muchos padres que no quieren parecerse a los modelos tradicionales (o a sus propios padres), establecen con sus hijos pequeños relaciones de camaradería y esperan a que estos crezcan, para entonces sí poner los límites y establecer las normas.
Desafortunadamente, el niño que desde pequeño no aprende a aplazar o a renunciar a ciertas satisfacciones, solamente por amor al padre o la madre; o cuando el niño crece sin verse forzado a cumplir con deberes familiares y sociales para ser aceptado y valorado por sus padres y familiares, no logra desarrollar los mecanismos psicológicos en que se funda la aceptación de la autoridad.
El sentido del deber, el tener en cuenta los deseos y sentimientos de los demás, la disciplina para sostener el esfuerzo en espera de una recompensa a largo plazo, la aceptación de límites en la propia omnipotencia, son construcciones psicológicas que deben empezar en la primera infancia y que hacen posible que el adolescente acepte las limitaciones parentales.
La autoridad no se puede implantar sin bases.
La autoridad no se impone por los gritos, privaciones y amenazas sino mediante la aceptación que hace primero el niño y luego el adolescente de limitar el placer y el egocentrismo por amor a otro.
No se puede esperar a la adolescencia para poner límites a un niño que creció haciendo su voluntad.
En el intento por abolir el autoritarismo, hemos terminado minando los principios mismos de la autoridad.
En tiempos pasados, toda la comunidad respaldaba la autoridad parental; hoy en día ni los mismos padres se respaldan uno al otro en la imposición de normas y límites, por todo ello… ¿es raro que los hijos adolescentes se nos salgan de las manos?
TDAH
Dislexia
Drogadicción
Bullying
Pandillerismo
Alcoholismo
Delincuencia
Síndrome del emperador
Encopresis
Conducta
antisocial
Trastornos de conducta
Trastornos del aprendizaje
Obesidad
infantil
Terrores nocturnos
Enuresis
Anorexia
Bulimia
Bajo rendimiento escolar
Bibliografía
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